Al anochecer los romanos suelen subir al Pincio o al Gianicolo para admirar desde estas colinas su ciudad, Michael Ende nos describe así lo que pudo observar desde ahí:“La mayoría viene naturalmente en coche, por que el camino hasta aquí es dificultoso. Las parejas prefieren las motos, cuanto más pesadas mejor, que dejan estacionadas con el motor en marcha. El ruido no molesta a nadie. Los que están cerca suben el volumen de sus radios, lo que tiene como consecuencia que todos hablan a gritos. Pero el griterío entre esta gente es una expresión de alegría vital. Lo que quizá explica su inexplicable amor por las arias de ópera.”